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Carl Goldman a bordo del crucero Diamond Princess |
Tengo el coronavirus. Y no ha sido tan malo.
Tengo unos 60 años, y lo más enfermo que he estado fue cuando tuve bronquitis hace varios años. Eso me dejó acostado durante unos dÃas. Esto ha sido mucho más fácil: sin escalofrÃos, sin dolores en el cuerpo. Respiro con facilidad, y no tengo la nariz tapada. Siento el pecho apretado, y tengo ataques de tos. Si estuviera en casa con sÃntomas similares, probablemente habrÃa ido a trabajar como de costumbre.
Me contagié el virus en el Diamond Princess, el crucero que estuvo en cuarentena en las afueras de Yokohama durante 14 dÃas, al final de una navegación de 16 dÃas que hice con mi esposa, Jeri. Cuando dejé el barco hace un par de semanas, me sentà bien. Comprobamos nuestras temperaturas durante la cuarentena. Jeri y yo nos hicimos una prueba de hisopado para el virus. Nuestras temperaturas eran normales; tendrÃan los resultados del hisopo en 48 horas. Los resultados de las pruebas no habÃan llegado antes de que abordáramos los autobuses para el aeropuerto, donde nos esperaban dos aviones del gobierno de los EEUU.
Cuando despegamos de Tokio tuve un poco de tos, pero la atribuà al aire seco de la cabina. Me sentÃa muy cansado, pero ¿quién no lo harÃa, en nuestra situación? Me quedé dormido.
Cuando me desperté tenÃa fiebre. Me dirigà a la parte trasera del avión de carga, donde la Fuerza Aérea habÃa establecido una zona de cuarentena acordonada con láminas de plástico. Me tomaron la temperatura. TenÃa más de 103 grados Fahrenheit (39,4 grados Celsius). Asà que me senté en el área de cuarentena y me volvà a dormir hasta que aterrizamos en California, en la Base Aérea de Travis.
Oficiales de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) vinieron al avión y dijeron que tres de nosotros que habÃamos sido acordonados volarÃamos a Omaha (con nuestros cónyuges, si querÃan venir). El CDC tenÃa un lugar de cuarentena en el hospital de la Universidad de Nebraska. Llegamos el 17 de febrero, recibidos por una flota de ambulancias y coches de policÃa. Los oficiales me pusieron en una camilla y me metieron en una furgoneta, lo que hizo una escena muy dramática. Pude haber caminado yo mismo fácilmente, a pesar de mi agotamiento.
En el campus del hospital, me pusieron en una unidad de biocontención. El espacio estaba sellado, con dos ventanas de doble panel que daban al pasillo, y una puerta grande, pesada y aislada. Dos cámaras me vigilaban en todo momento; un conjunto de monitores de computadora estaban equipados con micrófonos, para que el personal médico y yo pudiéramos comunicarnos con los oficiales del CDC en el comando central del pasillo. La habitación se habÃa utilizado por última vez para el brote de ébola en 2014.
Un médico y enfermeras revisaron mi caso conmigo y me hicieron un montón de pruebas de laboratorio. Llevaban trajes de protección contra materiales peligrosos sellados con cinta adhesiva y equipados con motores que ayudaban a la circulación del aire. ParecÃa algo salido de “La amenaza de Andrómeda”. Cuando la prueba regresó unas horas después, no me sorprendió saber que tenÃa el coronavirus. Más tarde, el hisopo de Tokio confirmó el resultado: habÃa contraÃdo el virus incluso antes de dejar el barco.
No me asustó demasiado. SabÃa que mi número habÃa subido. Tal y como yo lo veÃa iba a quedarme atrapado en al menos 14 dÃas más de cuarentena, incluso si no me agarraba el virus. Tantos compañeros de viaje habÃan contraÃdo la enfermedad, incluyendo uno de mis amigos, que me habÃa acostumbrado a la idea de que yo también podrÃa contraerla. Mi esposa, sin embargo, dio negativo y se dirigió a la cuarentena en una instalación separada a unas pocas cuadras de distancia. Después de esos dÃas encerrados juntos en el barco, creo que ambos disfrutamos del tiempo a solas; todavÃa podÃamos comunicarnos a través de nuestros teléfonos.
Durante los primeros dÃas, el personal del hospital me conectó a una intravenosa, principalmente como precaución, y la utilizó para administrar magnesio y potasio, sólo para asegurarse de que tuviera suficientes vitaminas. Aparte de eso, mi tratamiento ha consistido en lo que se ha sentido como galones y galones de Gatorade - y, cuando mi fiebre subió justo por encima de los 100 grados, algo de ibuprofeno. Las enfermeras venÃan a la habitación cada cuatro horas más o menos, para comprobar mis constantes vitales, preguntar si necesitaba algo y sacarme sangre. Me volvà muy bueno desenganchando todos los monitores que controlaban mi nivel de oxÃgeno, la presión arterial y el ritmo cardÃaco para poder ir al baño o simplemente caminar un poco por la habitación, para que mi sangre fluyera. Nunca llegué a engancharlos de nuevo sin hacer un lÃo enredado. Después de 10 dÃas, salà de la biocontención y me mudé a las mismas instalaciones que Jeri. Ahora podemos hacer videoconferencias desde nuestras cuarentenas separadas, en las habitaciones vecinas.
En mi prueba más reciente, del jueves, sigo dando positivo para el virus. Pero por ahora, no requiero mucho cuidado médico. Las enfermeras me toman la temperatura dos veces al dÃa y me sacan sangre, porque he aceptado participar en un estudio clÃnico para tratar de encontrar un tratamiento para el coronavirus. Si doy negativo tres dÃas seguidos, entonces puedo irme.
El tiempo ha pasado más rápido de lo que esperaba. Con mi portátil, hago todo el trabajo que puedo, a distancia. Me pongo al dÃa con los amigos. Doy paseos por mi habitación, tratando de dar mil pasos más cada dÃa. También veo las noticias. Es surrealista ver a todo el mundo entrar en pánico - conferencias de prensa, la caÃda de la bolsa de valores, el cierre de escuelas - sobre una enfermedad que tengo. Parece probable que el coronavirus se extienda en los Estados Unidos, pero no ayudará a nadie si todos entramos en pánico. Es cierto que la enfermedad parece mucho más probable que sea fatal para las personas mayores y los que tienen mala salud. Soy relativamente afortunado: Aún soy más joven que los grupos de mayor riesgo y estoy en buena forma, lo que me da menos motivos de alarma. Otros que contraigan el virus no serán tan afortunados. Al menos seis pasajeros de Diamond Princess han muerto por la enfermedad, de los 705 que la contrajeron.
Aún asÃ, el coronavirus no tiene por qué ser una calamidad horrible. Basándome en mi experiencia, recomendarÃa que todos se compren un buen termómetro digital, como una herramienta de comodidad, para que puedan estar seguros si sus narices empiezan a funcionar.
Si me dijeran cuando salà de casa en enero que no volverÃa hasta marzo - que, en cambio, estarÃa confinado durante más de 24 dÃas porque me contagiarÃa un nuevo virus en el centro de lo que podrÃa convertirse en una pandemia - eso me habrÃa asustado completamente. Pero ahora que está sucediendo, lo estoy tomando un dÃa a la vez.
*Carl Goldman es el dueño de la radio KHTS en Santa Clarita, California.
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