Llegó en 1994 al poder y se convirtió en el 'padre' de los bielorrusos. Tras negar el coronavirus, no supo ver el descontento en la calle y su régimen quedó herido de muerte
En 1994, Alexander Lukashenko llegó al poder convenciendo a todos de que era un populista y un liberal al mismo tiempo. Un reformista, pero también un rusófilo dispuesto a recomponer los vínculos con Moscú tras unos primeros años de caótica independencia bielorrusa. Tras intentar complacer a unos y a otros, en 1996 comenzó a carcomer el débil edificio constitucional con el que se había dotado el país.
Lukashenko fue un reformista durante el tiempo en que esa palabra estuvo de moda en Moscú. "Como antiguo jefe de una granja colectiva era capaz de comprender un sistema planificado, pero no la economía de mercado", recuerda Andrew Wilson, autor de 'Bielorrusia, la última dictadura de Europa'. Así que eligió apoyarse en Rusia y contener los precios en casa.
Lukashenko pronto se ganó el cariñoso apodo de 'batka', que significa padre, entre los bielorrusos. Los sectores industriales y agrícolas están fuertemente subsidiados y se benefician de estrechos vínculos con Rusia, que durante años ha compensado a Bielorrusia tratándola como socio y cliente preferente. Por eso se dice que Lukashenko ha hecho de Bielorrusia en una versión en miniatura de la Unión Soviética. Su sistema se parece más al antiguo régimen que la Rusia actual. Esto afecta al fondo pero también a la forma: el servicio secreto se llama KGB, pues todavía lleva el mismo nombre que su predecesor soviético.
Está burbuja del siglo XX sólo ha sido posible con el respaldo del 'hermano mayor'. Pero Moscú empieza a emitir señales de cansancio respecto a esta simbiosis. En parte por el proyecto errático de Lukashenko, de 65 años, cuyo último tropezón fue negar el coronavirus para enfermar a los pocos meses. Igual que Donald Trump, su carácter voluble se ha convertido en una especie de talismán respecto a los embates de la antipática realidad. El año pasado visitó una granja para ver si las vacas estaban bien cuidadas. Insatisfecho con el pésimo trato de los animales, despidió al ministro de Agricultura y a varios funcionarios. Así que aunque ese mismo año la ONU señaló que continuaban las "violaciones sistemáticas de los derechos humanos" en el país, los bielorrusos quedaron convencidos del compromiso de su líder con la dignidad de los rumiantes.
En gran parte de Europa se le ha considerado durante mucho tiempo como el "último dictador" del continente. Pero con la guerra en el este de Ucrania en 2014, Lukashenko adoptó una postura más suave y liberó a disidentes. Fue anfitrión de las conversaciones de paz en la capital y se ha beneficiado del escarmiento ucraniano de la UE, que tiene ahora muchas menos ganas de 'exportar' la democracia liberal.
En su biografía sobre Lukashenko, el analista Valery Karbalevitch lo describió como un "rehén" atrapado en un sistema político creado por él mismo. Igual que el Covid-19, Lukashenko tampoco vio venir el descontento de la calle y su régimen ha quedado herido de muerte.
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